lunes, 15 de febrero de 2016

Aventuras y desventuras en Países Bajos - capítulo 1




Ya hace tres meses que estamos viviendo en los Países Bajos. A mi novio le ofrecieron un trabajo aquí, y la verdad es que nos costó muy poco tomar la decisión de hacer la maleta. Nos teníamos que traer el coche porque lo íbamos a necesitar, así que eso solucionaba cómo traer a nuestro gato.

Un poco por inconsciencia y falta de previsión, hicimos el viaje del tirón. Nos íbamos turnando cada cuatro horas y entonces aprovechábamos para parar en una gasolinera, cafetín, alguna chuche para entrenernos y el pis reglamentario.

Atravesamos París un viernes a las siete de la mañana. Más tarde de lo previsto debido al atasco que encontramos a la altura de Valencia, algo más de hora y media. El tráfico en París a esas horas era apabullante. Quizás fue el momento más crítico del viaje, porque si nos equivocábamos de salida o dirección y había que hacer un cambio de sentido, íbamos a perder mucho tiempo, viendo las largas colas que había. Pero fue todo bien y seguimos nuestro camino. La última parte fue la más cansada. Si ahora tuviera que repetir el viaje, buscaría un hotel que admitiera animales, para seguir el viaje a la mañana siguiente, pero de todos los errores se aprende. Pasadas las 12 de la mañana ya estábamos en nuestra nueva casa.

Lo primero que hice fue preparar la bandeja de arena para el gato, que venía mareado del viaje. Mareado, y con la vejiga a tope, porque hizo el pis más largo de su vida. Luego hizo el recorrido de toda la casa y nos hizo saber que su sitio favorito era el dormitorio.

Las casas holandesas me recuerdan un poco a las francesas. Por un lado está el baño, con su bañera o ducha, y aparte está el aseo, estrechito y con el espacio justo para el váter. Aunque aquí, a diferencia de Francia, en el aseo hay un lavabo pequeñito, lo justo para lavarse las manos. Y manos que no sean muy grandes. Mi novio termina lavándose las manos en el otro baño, que el lavabo ya es de tamaño estándar.

La casa es muy bonita. Es un piso de planta baja con jardín, que da justo al canal. El salón tiene un gran ventanal que da al jardín, y desde ahí nuestro gato observa a toda la fauna: mirlos, petirrojos, palomas, patos, cisnes. Pero le tiene ganas a las palomas torcaces, las mira con ganas

Las primeras noches fueron un poco difíciles porque el gato se ponía a maullar a las tantas de la mañana. Pensábamos que extrañaba la casa, incluso que tenía miedo. Y tampoco era plan de que los vecinos se quejaran de nosotros nada más llegar. Me levanto de madrugar para intentar consolar al gato, que estaba mirando por la ventana. Me siento a su lado, mirando también al jardín. Y entonces lo comprendí. Allí había otro gato. Uno persa, grandote. Y el nuestro, defendiendo su nuevo hogar. Se ve que el felino autóctono estaba acostumbrado a andar por el jardín a sus anchas. Ahora sólo aparece en ocasiones puntuales.

Continuará la aventura, que hay mucho que contar.

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